viernes, 20 de enero de 2012

CUANDO TE ENCONTRÉ

Sabía que no estaba haciendo lo correcto, las sienes me estallaban, la presión sanguínea amenazaba con colapsar mi cuerpo entero, el pálpito alocado de mi corazón animaba a la adrenalina a salir a borbotones a través de mi corriente vital, como una manifestación descontrolada que amenazaba con carga policial de mis últmas neuronas razonables de mi cerebro.
Cogí ese tren. Y me sentí viva, como hacía años que no lo sentía. El riesgo y el miedo a lo desconocido se disiparon como las nubes de verano cuando partí rumbo a mi sueño.
Dejaron de importarme los asuntos triviales, el día a día de mi rutina, las tristes tardes de domingo que dejaba atrás, en el olvido. Y a cambio, descubrí frente a mi el gran abismo que se abría bajo mis pies, no saber qué ocurriría al llegar a mi destino, no saber qué sería lo conveniente, lo razonable, lo que siempre había hecho, equivocándome una y otra vez, ese camino de rectitud que nada más hacía que alejarme de mis sueños.
Me quité la ropa cómoda de las convencionalidades, me vestí de tramposa, de farsante. Con gafas de sol en plena fría madrugada, aún no entiendo cómo pude dirigir mis pasos hacia tan lejano destino, un pie y después el otro, y así hasta llegar a la estación. A veces las cosas más difíciles llegan a realizarse a través de un simple proceso que nunca nos paramos ni a pensar.
Cuando llegué a mi destino, el dulce duermevela del sedante traqueteo había desparecido, mis sentidos se hallaban despiertos y alerta a cuánto pudiera ocurrir a mi alrededor. Visualicé mil caras y ninguna era él. Me esforcé en salir de entre la muchedumbre y a unos pasos de mi, por fin, tuve delante esa cara conocida que mi cuerpo descubrió aún antes de que mis ojos pudieran verle.
Todo lo demás ahí mismo, dejó de importarme en absoluto. Mis obligaciones y mis deberes pasaron de ser algo impuesto y en favor de otros, a ser solo míos y para mi. No había más deber que el que me debía a mí misma, ni otro amanecer que el que no viera yo aquella mañana que me desperté bajo otro cielo y otras nubes, distintas a las que había visto nunca.
Enredarme en aquellas sábanas que olían a pulcra limpieza, con un cuerpo caliente rodeando mi soledad, amenazándola con echarla de mi vida para siempre, ha sido y será nunca lo mejor que he hecho jamás. Echar los dados y no hacer caso a sus designios, la mejor rebeldía perpetrada en mi universo simétrico y ordenado. Contradecir a los astros y sumergirme en el caos de una mirada profunda, verde como un mar en calma y envolvente como aquellas sábanas de las que no quise salir, y que me me ofrecía lo imposible, mi mayor acierto.
El calor de sus manos templando toda mi anatomía, se fundía con la sensación de mi cerebro abandonándose a las más inocentes e infantiles ensoñaciones que retornaban desde mis primeros años a ocupar un espacio preferente en mi concepción del futuro soñado. Siempre fui niña que huía de los cuentos, pero el mío lo escribí yo, y volvía a mi como una oleada de un pasado olvidado que no debió relegarse.
Soy afortunada porque tuve valor de enfrentarme a mis miedos y coger ese tren, el tren que me descubrió que existía el amor de unos brazos que son capaces de alejar los más temibles villanos, las frustraciones cotidianas, las decepciones habituales, los fracasos y las penas que llenan nuestras vidas anónimas.
Me agazapo bajo las sábanas como una niña, una niña feliz que de golpe puede aceptar los pensamientos pueriles de una adolescente, que devuelve a la vida una sonrisa cuando llueve, que no huye de las tardes de domingo en soledad, porque sabe que aunque naufragara, siempre tendrá un faro que le guíe hacia su orilla.
Y ya no huye esa pequeña, ya no quiere abandonar una mente que le acepta y le da alas para contar sus cuentos, que le provee de imaginaciones y ensoñaciones imposibles, porque ahora sabe que hay un lugar para ella, para esa niña que sueña y que duerme tranquila enredada en unos brazos que son su hogar. 

martes, 27 de diciembre de 2011

NO FUE BUENO, PERO FUE LO MEJOR

No fue bueno, pero fue lo mejor, todo o casi todo, salió de otra manera...
Son fechas tristes, melancólicas, que me saturan completamente, embotan mi mente y la manipulan a su antojo. Las calles están llenas de gente, de niños, de bombillas de colores, de buenos propósitos de año nuevo. Y mi mente, de una luz que parpadea insistentemente cada año, cuando los propósitos antiguos están a punto de prescribir como delitos silenciosos, sin pena ni gloria, olvidados desde el mismo día que fueron formulados. Esa luz esconde el remordimiento de la pasividad, pero está condenada a apagarse pasados unos días, los suficientes para volver a la rutina de la gris ciudad sin Cortilandia. 
A veces, me dejo llevar por esa luz, que me guía hacia momentos de mi vida que marcaron una época, y rememoro lo que fue, rememoro lo que ha prescrito por el simple placer de recordarlo, si fueron malos momentos, me alegra pensar que ya no vivo en aquel presente, y si son buenos, doy gracias por haberlos vivido.
Mi experiencia me dice que cada cosa tiene su razón, y no, no me refiero a la creencia de que existan universos paralelos, sino a algo más sencillo, a que simplemente nos adaptamos. Cuando se nos niega una felicidad concreta, nos derrumbamos, perdemos las fuerzas, caemos en el abismo, nos queman las brasas de los sentimientos que arden en nuestro interior, porque somos capaces de poner toda el alma en ello. Tal vez sea merecedor tan alto precio que debemos pagar, por ser capaces de sentir de manera tan intensa. Si es ése el caso, yo gusto de pagar la tarifa con la mejor de mis sonrisas. Hoy lloraré, mañana gritaré y patalearé, pero sé que un día la lluvia me alegrará las largas tardes de domingo. 
Aun así, cuando nuestro ideal de felicidad muere, seguimos buscando nuestras razones para seguir adelante, para no dejarnos arrastrar por el resentimiento, el dolor y la inapetencia. Nos adaptamos, nos adaptamos a los cambios y encontramos nuevos caminos por asfaltar con nuestras suelas, caminos nunca antes explorados que guardan siempre nuevas experiencias. 
Hoy, miro hacia atrás para decirme a mí misma que no vale la pena y no sería justo arrepentirse de nada de lo que haya hecho. Tal vez no fue bueno, pero fue lo mejor, tal vez pudo haber sido todo de otra manera, pero aquí estoy yo, desde mi presente para sentir que mis cimientos se esconden en mi pasado, y cada piedra de mi pasado es algo necesario para ser la persona que soy ahora. 
Cada vez que di marcha atrás, que recapitulé e intenté rectificar, me equivoqué. De nada sirve tachar una palabra que ya ha dañado el papel, y rebobinar solo es posible cuando es mentira. De nada sirve lamentar sobre unos cimientos que son los tuyos, cada capa de hormigón esconde una historia y el perdón de quién suplicó en su día por su propia muerte, cada pilar maestro es una venganza no llevada a cabo, y toda ausencia de adornos es la conclusión de que lo único válido es la capacidad de soportar la pesada estructura de toda una vida sin que importen los detalles superfluos que el tiempo borrará sin remisión. 
No fue bueno, pero fue lo mejor, todo o casi todo, salió o saldrá tal vez, de otra manera, pero no me preocupo, no me importa, aunque no vea claros los caminos hacia donde llevan mis pasos, aunque la lluvia no me deje ver más allá de mis ojos, aunque el río se desborde o el mar me trague, “yo soy yo y mi cirsunstancia, si no la salvo a ella, no me salvaré yo.” Y cueste lo que cueste, iré añadiendo tanto hormigón como haga falta para seguir siendo lo que soy y lo que seré.
Mi propósito para este año; matricularme en una escuela de baile y hacerme proposiciones sólo de una en una para poder ir cumpliéndolas sin que me amenacen con prescribir.

jueves, 22 de diciembre de 2011

PASA EL TIEMPO

No me gustan los grandes centros comerciales, me parecen fríos, cuadriculados, hechos a medida para que un potencial consumidor guíe sus pasos a donde la estrategia los ha encauzado hábilmente. Sin embargo aquella tarde, con el frío que hacía y alguna que otra necesidad de darme un capricho, me animé a ir al más cercano a pasar la tarde. Y la verdad que no me decepcionó en absoluto, a pesar de salir con una sensación agridulce en el cuerpo. Después de haber recorrido ya todas las tiendas y no haber comprado nada, me dejé caer sobre un sofá que había en la galería de entrada, cómodo y espacioso, pero siempre lleno. Por suerte, encontré un pequeño hueco en medio de una pareja de edad madura y una chica que parecía esperar a alguien. Mientras mis ideas vagabundeaban sin sentido, caí en la cuenta de que la chica se había ido y en su lugar llegaban una docena de púberes adolescentes con las hormonas revolucionadas, eran demasiados cuerpos que albergar en aquel limitado asiento, pero consiguieron su ansiado hueco dejándome en la incómoda situación de quedarme en medio de todos ellos. Y ahí estaba yo, como una estatua, sin saber qué hacer, de repente me hallaba rodeada de conversaciones intrascendentes y chanzas propias de la edad. Condenada a escucharlas, presté atención a sus comportamientos, me parecía increíble que no les molestara mi presencia, aunque después pensé amargamente, que mi edad me separaba totalmente de su contexto y que no representaba ninguna amenaza a su intimidad. Para ellos debía ser poco menos que la mujer invisible, de mediana edad, con los ojos fijos en un punto indeterminado, resultaba tan gris y vacua, tan ajena para ellos, que ni siquiera se preocupaban de bajar la voz cuando compartían secretos entre ellos.


Entonces recordé mis años de adolescencia como si de pronto me hubiera convertido en una vieja de 90 años. Recuerdo bien la sensación contraria, cuando yo era la que ignoraba a la persona de mediana edad que paseaba cerca o nos podía oír si pasábamos por su lado. Era una sensación de rebeldía, de soberanía absoluta sobre nuestros pensamientos, libertad y libertinaje se mezclaban y asomaban a nuestros labios palabras a propósito de escandalizar. Nos gustaba hacerlo, y ¿A quién no? Sólo a quién no recuerde aquellos años, aquellos maravillosos e irrepetibles años de ausencia de responsabilidades pesadas, de risas incontroladas, de burlas consentidas, de manotazos que se devolvían entre chicos y chicas sin importar quién había empezado.
Así que parecía que sentada allí, rodeada de adorables energúmenos, presenciando su verborrea y satisfacción por el simple hecho de saberse dueños de su futuro y su destino, comprendí que había atravesado ya, esa línea imaginaria que casi me hacía sentir anciana. Tal vez sea la madurez, o la ausencia de placeres tan sencillos como los que disfrutaban aquellos chicos, o la nueva “habilidad” de leer entre líneas el futuro sombrío, la vista planetaria de las cosas, los detalles, todo tan igual y sin embargo tan diferente a mis ojos. Como si para mi hubiese cambiado el eje de la tierra.
Es muy duro darse cuenta de lo rápido que pasan los años, sin advertir los cambios, sin la conciencia de ir evolucionando a medida que pasan las etapas de una vida, tal vez porque sienta que no hago nada de eso, sino que simplemente me dejo llevar por el curso de los acontecimientos, y mira por donde, me encuentro con el devenir de los tiempos en un sofá de un odioso centro comercial, rodeada de la generación que, vaticino, no tardará mucho en sucederme en pensamientos.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

CRISIS DE VALORES


A menudo me pregunto qué pintamos en éste planeta los humanos, si lo único que hacemos con nuestra inteligencia superior, es mandarlo todo al carajo. Desde que aprendimos a hacer fuego, allá por los albores de la civilización, no hemos hecho otra cosa que intentar cargarnos el planeta. Es hoy cuando me pregunto por qué abandonamos las cuevas, la recolección de los frutos, la caza...¿ Estamos asistiendo a la "involución" de una especie?
Cuando el hombre campaba a sus anchas con taparrabo y lanzas hechas con sus hábiles y hoscas manos, nadie se preguntaba en qué colegio matricularían a sus hijos, o si llegarían a ser brillantes en sus carreras de médicos, políticos o arquitectos, se limitaban a vivir y a sobrevivir en muchas ocasiones. Pero ya entonces existía el germen de esa evolución, líderes de clanes que luchaban por conquistar otros territorios donde la caza era más abundante o donde los ríos corrían con las aguas más limpias. El hombre siempre quiso conquistar un hogar propio donde asentarse. 
Y ahora estamos aquí, en este confuso período en que queremos lo mismo, pero las absurdas reglas de ésta sociedad "civilizada" nos niega el derecho de nuestros ancestros. Puede que su capacidad craneana fuera menor y su capacidad de razonar, y que murieran por simples enfermedades de fácil curación hoy en día; pero se las arreglaban, prueba irrefutable es que estamos hoy aquí. Sin embargo, no sé dónde está ese punto de inflexión donde la humanidad dejó de evolucionar, pensar, ir un poquito más allá cada día, para estancarse en esta ciénaga de barro en la que estamos el que más y el que menos, hundidos hasta el cuello.
Hay veces que miro al cielo y me pregunto si no seremos parte de una célula de algo mucho más grande que desconocemos por completo, nadie sabe qué hay más allá del universo, dónde está "suspendido", dónde están las cuerdas que lo sujetan, hasta dónde llegan y quién las maneja, si las maneja alguien o algo.
Y no puedo creer cómo una idea tan buena como la creación misma que conocemos, puede dar tan malos resultados. Lo tenemos todo, todos los recursos a nuestro alcance, y sin embargo los explotamos egoístamente sin pensar en generaciones venideras, repartimos las riquezas desde las arcas de los poderosos, haciéndolos aún más ricos, ¿ricos en qué? Me pregunto. El dinero es un papel pintado que nos han hecho creer que tiene un valor, pero es mentira. Lo que tiene un valor es llegar a casa después del trabajo, ese en el que te prometen una paga mensual, tan falsa como las corbatas y las camisas planchadas, como los tacones de aguja, como las sonrisas y los apretones de manos, y volver a ver a tu familia, tus amigos, recordando así por qué te levantas cada mañana y luchas por ver terminado un nuevo día de arduo e inútil trabajo. Digo inútil no por serlo en sí, sino porque nos engañan, nos engañan a todas horas, las cifras de ventas suben y bajan, cae la bolsa, caos en Wall Street, y qué más da, nadie se da cuenta de que las cifras son cifras y las personas, son personas. El capitalismo devora cada centímetro edificable y hace que los sueños de millones de personas que solo quieren tener un hogar, ver envejecer a su pareja apaciblemente, ver a sus hijos crecer, se vengan abajo como rascacielos de naipes movidos por el viento.
El motor del mundo es el amor, y que no se me entienda mal, el amor no siempre es algo positivo, es un arma de doble filo y hay muchos tipos de amor, los hay destructivos y peores aún; los autodestructivos, el amor al dinero y el amor a lo malvado, la escoria del mundo es una moneda en cruz, la cara es lo bueno, pero no todo el mundo sabe hacerla girar de la manera correcta, porque todo parte del mismo punto.
¿Alguna vez os habéis hecho estas preguntas? ¿Por qué quereis un trabajo? ¿Por qué quereis ganar dinero? 
La respuesta en mi caso es sencilla, quiero cumplir mis sueños, y ahí está el engaño, nos están haciendo creer que nuestros sueños cuestan dinero. Primero limítate a estudiar, encontrar un trabajo y vivir tu vida, dicen los padres y muchos hijos se preguntan; si, eso es lo que hicisteis vosotros, pero aún no he visto vuestros sueños cumplidos y eso que os supisteis ganar la vida... Esto es porque cuando nos meten esta idea en la cabeza, como un ostinato deliberado hecho himno, están adormeciendo nuestras neuronas mediante hipnósis. Después viene la paz, la aparente tranquilidad de tener la vida encauzada, parece que vas hacia algún lugar, pero en el fondo sabes que estás estático, como una barca sin remos en un lago. Y entonces ya no quieres arriesgar tu tranquilidad por conquistar tus sueños, probablemente tendrás un hijo o dos y cuando sea el momento, le dirás lo mismo que te dijeron a ti tus padres. "Primero hazte un hombre/mujer de provecho, luego ya tendrás tiempo de cumplir tus sueños"
Han generado un bucle que no va hacia ninguna parte. Eso sí, cada vez hay menos papeles pintados, o si los hay, tienen menos valor, casas deshabitadas a la fuerza, porque han sido robadas a sus dueños por tretas de letra pequeña en el contrato de hipoteca, trampas de osos para mutilar hormigas, matar moscas a cañonazos.
Hablo el líneas generales, siempre hay algún que otro afortunado que al menos trabaja en lo que le gusta, pero en el fondo, todos somos presas de la misma inmisericorde maquinaria. La más perfecta arma mortífera que es esta autodestrucción a cámara lenta. 
Es en esos momentos cuando miro al cielo y me consuelo, escucho en mi cabeza la voz imaginaria de quien nunca tuve el placer de poder oir, que decía que "todos somos polvo de estrellas". 
Y entonces me siento mejor. Aquí, en este mundo, tengo mi sitio, las cosas reales que me rodean, sé que son reales, mis amigos, mi familia, mi gato, que entiende más que muchas personas y que con solo una mirada acude a mi regazo dándome el consuelo que necesito, y sé cuáles son mis limitaciones. Sólo soy yo, una humana más, una pequeña y diminuta mota de polvo de estrellas, que sabe brillar para quién quiere verla y a la que le gusta ver brillar a sus semejantes, desde la luz del conocimiento.
Todo ello me consuela, y me hace ver que la vida es como una discoteca, a veces ponen grandes canciones y otras, "El tractor Amarillo" y no por eso tenemos que dejar de bailar, hay que vivir la vida como una fiesta y no tomársela demasiado en serio, al fin y al cabo y parafraseando a alguien, no saldremos vivos de ella.

http://www.youtube.com/watch?NR=1&v=h8tuTSi6Sck

miércoles, 11 de agosto de 2010

CICATRICES

"El tiempo todo lo cura"

¿Quién no ha oído mencionar esta manida frase? Sirve para todo, desengaños amorosos, fracasos personales, derrotas cotidianas
El caso es que es una auténtica daga afilada cuando la oímos, cuando con ánimo de consolarnos, nos acaban hurgando más profundo en la herida abierta, expuesta, dolorosa como nunca, son cinco palabras que van directas como cuchillas donde uno más lo siente. Y a la vez, son cinco palabras que con el tiempo y la experiencia, llegan a ser como las aspirinas, calman el dolor por un tiempo, aunque el daño ya esté hecho.
Es increíble cómo va cambiando nuestra percepción de unos hechos pasados a lo largo del tiempo, cuando ya estamos curados
Un dolor que parece que nos parte en dos, pasa a ser un recuerdo, una muesca en el árbol de la vida, una pequeña cicatriz. Son las marcas de guerra de nuestra alma.
Recuerdo dolores que me hacían perder el equilibrio andando por la calle, me producían temblores, náuseas, un dolor desgarrador, ganas de morir, miedo al resto de lo que me quedaba por vivir. Salía de casa por inercia, sin fe en nada, sólo por guardar las apariencias, porque no soportaba las preguntas, lo agobiante de unas explicaciones que ni sabía, ni quería dar. Recuerdo una canción, y recuerdo no poder soportar escucharla sin ponerme a llorar. Todas aquellas tardes, aquellos días de inmensa infelicidad, de desdichado desamor se me clavaban en la retina y volvían a mostrar aquella joven inocente que quiso vivir en un zarzal a costa de su propia vida. Soy capaz incluso de evocar olores en mi memoria, sensaciones que marcaban sin saberlo esa época en mi vida. Sin embargo, no soy consciente de cuándo tomé la decisión de que era hora de huir, de escapar de esa melancólica y permanente tristeza de no ser quien una es, cuando desea serlo, sino únicamente sombra de lo que es y quieren que sea.
Me vienen a la cabeza los ruegos, las peticiones de indulto, los llantos ajenos no deseados, esa canción atronando en mis oídos, el deseo muerto de haber querido algo que ya no se desea, al contrario, se deshecha categóricamente como una idea apestada, sucia y maligna, que nunca debió existir. Lo que antes era un mundo, apenas ahora es ya una enajenación extinguida que cortó de raíz su relación con la realidad.
Mi cuerpo está lleno de cicatrices, de pequeña, en verano, no hacía más que intentar emular a mis amigos en sus arriesgadas carreras con la bici, sin tener en cuenta que ellos estaban todo el año recorriendo esas callejuelas que se sabían de memoria. Mis intentos siempre eran frustrados, arena en el suelo, cuestas demasiado pronunciadas, curvas cerradas, y el resultado siempre eran enormes heridas abiertas, rojas, sangrantes y dolorosas que mi abuela me limpiaba con resignación y con la muda petición de que dejara de hacer el loco, dibujada en su severo gesto. Solía preguntarle si me quedarían marcas, como si fuera una experta en la materia, que de hecho, con todas las averías que nos hacíamos, se le podía considerar tranquilamente. Y ella me decía decidida que el tiempo todo lo cura. Sabía perfectamente que muchas de mis heridas quedarían impresas en mi piel como eternos recordatorios, pero sabía que era una niña, y estaba en mi naturaleza explorar, experimentar, arriesgar. Hoy miro mis cicatrices con cariño, sé sus historias, y sé lo que me enseñaron en su día, lecciones que no se olvidan, lecciones que nadie puede enseñarte, salvo uno mismo.
Por eso ahora, sonrío cuando me viene a la mente esa melodía que en tiempos ya lejanos, me hacía llorar, porque no lloré en vano, construí una fortaleza que cerró la herida y ahora sólo queda la cicatriz. Todas ellas hablan de una historia pasada, de unas causas, unas consecuencias y un aprendizaje esencial que acaba formando retazos de lo que vamos siendo a lo largo de nuestra vida, una esencia adquirida, que junto con la propia nos hace ser quienes somos. Por eso, lejos de apesadumbrarme por historias pasadas, siempre mostraré orgullosa mis adoradas cicatrices.

miércoles, 4 de agosto de 2010

OTOÑO

Hoy al despertar me di cuenta de lo efímero que es todo. Hoy despierto en mi cama y me siento ajena a mi cuerpo, como un espectador que mira a través de una pantalla su vida pasar. Nuestros cuerpos, al igual que los viejos edificios de hormigón, van cediendo ante el peso de los años, lo que antes fueron tejas o postigos, hoy son cascotes perdidos, solares vacíos que todavía muestran en las paredes aledañas la marca de los azulejos de una vieja cocina derruida. Nada perdura, todo desfallece, lo que un día fue algo glorioso hoy es sólo un recuerdo de los más ancianos... y si logran recordarlo. Nosotros mismos somos como gotas de agua que dan al mar, formando rios y lagunas, pero siempre desembocando en el mismo océano; la muerte. Es un camino que todos recorremos por igual, de manera más o menos afortunada pero sin distinciones ante el fin.


Hoy me di cuenta de que todo muere, como una flor en primavera, abre sus pétalos al mundo y muestra su color, una vez que cumplió su función abandona sigilosamente la lozanía de su condición, deja caer su tallo flácido y mira al suelo con pesar hasta que desaparece por completo. Nadie se da cuenta del proceso, porque un día están, y al siguiente han abandonado su lugar, como un fantasma, una sombra, un efímero instante.

Como el amor. La margarita se empieza a deshojar pero no es como en el cuento. El "Me quiere, no me quiere" es sustituido por un: "hoy ya no me apetece salir a cenar", "si, tal vez, pero quizás otro día", y frases similares. La margarita se desnuda poco a poco pero sin dilación, no sin cierta ceremonia ya que un día fue una espléndida flor de verde y fuerte tallo, algo que parecía que podría aguantar toda una vida, sólo regandola con dedicación y cariño. Pero se va mustiando sin poder evitarlo, ya no huele a hierba fresca, ahora sólo veo que amarillea y cada vez es más áspera al tacto, irritable, frágil... muerta.

Esta mañana al despertar no pude por menos que dejar escapar una lágrima, tan sólo una.

ANGUSTIA EXISTENCIAL

A veces pensar es malo, da dolor de cabeza, otras, en cambio, se obtiene un consuelo inesperado observándolo todo desde cierta distancia, con vista planetaria.


Uno de nuestros mayores errores es ansiar la inmortalidad, eso quién la desee, porque hay muchos que piensan erróneamente que vivirán eternamente. Ni siquiera lograron la vida eterna quienes idearon las pirámides, ahora, ante tamaño monumento nos asombramos, pero no será más que polvo del desierto dentro de otros tantos millones de años, incluso puede que el desierto haya dejado de serlo para ser un inmenso océano de nuevo.
Nada vive eternamente. Y eso que en principio puede parecer doloroso, triste, a mi acabó por darme esperanzas mientras mi cabeza diluida navegaba entre ideas disparatadas y sin sentido. Eso para mí significa que soy pequeña, muy pequeña, como una gota de agua en la lluvia y que realmente nada de lo que yo haga o pueda hacer, podrá afectar de algún modo el orden natural de las cosas; nací, vivo, viviré y moriré siendo una mosca, un pequeño insecto, nada. Lo que me proporciona una sensación de bienestar y paz conmigo misma, no soy dios, ni quiero serlo, sólo soy una persona, una persona a la que le gusta agradar a otra, salir a tomar copas con los amigos, hacer la comida, ir de compras, una pequeña persona que hace pequeñas cosas, destinada a la grandeza de lo diminuto, la felicidad de lo ínfimo, no de quién se conforma con lo dado, sino de quién acepta sus cartas y las juega porque entiende que esto de vivir es realmente un juego, con sus reglas, sus trampas, y por supuesto, su final.
Pero aquí la diferencia es que todos somos perdedores alguna vez y sólo podemos serlo en una única ocasión. Hay personas que se dan cuenta de esto y se desesperan, intentan avanzar contra corriente en el camino equivocado, pueden intentar operarse de la cara, de las caderas, del culo, y aún así la gravedad invoca su poder para seguir recordando quién manda, y que aunque se hagan trampas, sólo serán un parche, una batalla ganada contra una guerra perdida de antemano. Intento concentrarme en lo inmediato, seguir el Carpe Diem con moderación y sentido común, teniendo lo objetivo de un lado, y los sueños del otro, porque por muy prácticos que queramos ser, sin sueños, sin ideales, sin metas, sí que llegamos a ser realmente mosquitos diminutos o seres mecánicos, necesitamos siempre una motivación, algo que nos salve de la rutina, de la inercia de los giros de la tierra que nos arrastra con ella.

Así que me dejé llevar por ese bello pensamiento de ser como una mota de polvo en el ambiente, un ser que pasa inadvertido ante las miradas ajenas y llegué a vislumbrar el camino de mi propia felicidad. No soy un lince en ciencias, ni domino las artes literarias, cosa que me encantaría, pero sí soy consciente de todo ello y por tanto me acepto y me valoro tal y como soy, perfecto ser humano imperfecto. No haré grandes cosas para la humanidad, pero ¿Quién fue el primero en creer que enterrando una diminuta semilla podría encontrar un árbol que diera frutos años después? Soy parte de algo, mi vida, mis humildes conocimientos, mi conversación, mis risas, mis bromas, mis lágrimas, todo ello puede pasar como energía vital a quién me quiera, a quién me necesite, a quién me duela y no seré inmortal, seré algo mucho mejor, una chispa que quiera ser hoguera, que necesite mucha leña para quemar las barreras del pensamiento, que llegue a quien quiera recibirme y que se mezcle con otros mil fuegos más haciendo algo grande desde lo pequeño, algo común, un sentimiento, una sensación que nos una.
Ese es el camino de mi felicidad, hacer que valga la pena haber nacido, no quiero dejar mis huellas tras de mí, simplemente quiero ser parte de lo que dejaré atrás cuando me muera.