Somos muertos de permiso.
Recuerdo que cuando leí esta terrible sentencia tan real, tan nítida, se me heló la sangre en las venas. Todo lo planetario, lo universal, se volvió absurdo en un simple segundo, y no digamos la vida cotidiana, la irracional rutina que corre con las agujas del reloj en ilógica carrera hacia la nada. Somos seres de paso que se empeñan en no morir, sin pensar que quizás es un lujo que no ha nacido aún ni para unos pocos elegidos, todo acabará de la misma manera que empezó, en el oscuro vacío de lo desconocido. Cuando uno se para a pensar en la fragilidad de la vida, esta vida que ni siquiera sabemos si es realidad o ficción, comienza a sentir una especie de desasosiego interno, como un virus que infecta y se extiende por todo el cuerpo, haciéndote sentir materia orgánica, simple, polvo que querrá volver al polvo algún día, tan sólo una agrupación temporal de materia, algo que no será nada porque nada es eterno, nada lo es.
Cada vez que muere alguien, lloramos, pero no lloramos a un muerto sino el egoísmo de vivir sin él. Nadie sabe lo que hay después, pero si hay algo, o su ausencia total, tiene que ser algo positivo porque nadie ha vuelto a este mundo de supuestos vivos, algunos más muertos que los que no respiran, otros más vivos de lo que debieran.
Muchas son las veces en las que me pierdo en una librería, sin saber qué busco o si busco algo en concreto. Pero un día, una idea cruzó mi mente como un halo luminoso que parecía saber más y venir del mismísimo más allá, pensé que si los personajes viven en mí cuando leo una buena novela, lo mismo yo podría ser uno de ellos y vivir en otros, y vivir mi vida tantas veces como leída sea la novela en la que existo. Pero eso me hace pensar en otros interrogantes que quedarían en suspenso, por ejemplo; ¿Cómo se yo que mi personaje es el principal? ¿Y los secundarios? ¿No vivirían tan sólo a ratos cuando la acción les requiriese? O tal vez llevar vidas carentes de interés es lo que les hace ser meros secundarios. ¿O cada uno tendría una novela para ser el personaje principal? Entonces, en ese caso, la novela ya no haría al personaje, sino el personaje a la novela, y ya mi pensamiento habría dejado de tener sentido, si en alguna fracción de segundo lo hubo tenido.
Tiene su parte de encanto pensar que somos y estamos porque somos pensados, pero el inconveniente que aquí me planteo es nuestro preciado libre albedrío, a lo que nos veríamos obligados a renunciar para que otros dirigieran nuestro destino. Y ahí entraría el destino, ya no sería un destino concreto, fijo, podría cambiar con el correr del tiempo tan sólo con que quién nos haya pensado cambiara de parecer y modificara nuestros hechos. Podría reescribirnos, reinventarnos, y también tirar nuestros bocetos a la basura, el final, la muerte, la ausencia de más camino por recorrer.
Pero, ¿Quién sería nuestro artífice? Una especie de dios menor o ángel de la guarda que vive en la estratosfera de todo lo conocido, puesto que lo conocido es lo que nos quieren hacer conocer, o tal vez una persona corriente que ha tenido la peregrina idea de dar salida a sus ideas. Y si pienso un poquito más allá, podría incluso imaginar que puedo ser yo misma quién escribo mi historia y cada día me echo a andar entre líneas, palabras, ideas y caminos que buscar.
Y tal vez todo esto sea igual de absurdo que el mundo en que vivimos, nacido de la nada, creado desde lo ausente, o lo lleno de nada, porque tengo un mundo de interrogantes en mi cabeza, con sus satélites y meteoros perdidos en el espacio entre mis neuronas, que aún no sé si sólo son simples fantasías.
Esto de vivir en una maravillosa incógnita me fascina y me frustra a partes iguales, casi en equilibrio, odio que nadie haya sido capaz aún de pensar la solución universal para todas las incógnitas de la humanidad y me da miedo pensar, que de alcanzarlas, no cubran las expectativas, sino que sean obviedades tan simples que nos sintamos tan rematadamente tontos o pretenciosos como para no haber reparado en ellas por creernos o esperar más.
La vida, la muerte y el amor, vaya tres inventos… porque toda la vida buscamos infatigables esa alma gemela que no nos deje morir solos, porque nos aterra. Y cuando creemos encontrarla parece que nos morimos más lentamente, aunque es un engaño, una ilusión de nuestra condición humana, tan sólo una pequeña ventaja que nos da la muerte hasta llegar inexorablemente a alcanzarnos. Porque aún seguimos creyéndonos los amos del universo, seres únicos, perfectos. Y lo somos, si, perfectos ignorantes. Creemos que podemos medir el tiempo, experimentar con lo que no llegamos a entender, salir más allá de las verjas de nuestro patio de recreo. Imaginar, volar con la cabeza a lugares de fantasía porque no tenemos bastante con lo que somos, porque queremos más, ir más allá de la línea del horizonte. ¿Pero dónde? ¿Qué puede haber tras la última página de nuestra historia? Cuando damos por terminados todos los capítulos sin haber podido llevar a cabo todo lo que hubiéramos deseado, o cuando se nos queda corto de páginas, ¿A dónde van nuestros sueños? ¿A dónde iré yo tras ellos sin un camino en el que seguir?
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